18.9.11

Cambio


Tras el vértigo de la moda anual, tras la obsolescencia programada, tras tantos detergentes hiperbólicos, tras tantos pecés y pedeás colmando los vertederos de hardware de África, tras tantas neocremas de última generación, tras tantos titulares, reseñas, blogs, y breaking news, y tanto tener que estar al tanto, tras tanta novedad, cada son más los que adivinan un funesto inmovilismo.
Se cambian las cáscaras, los collares y se mantienen la pulpa y los perros.
Vas a comprarte un ordenador y ya sabes que corres el riesgo de que el cacharro sea una antigualla antes de que el dependiente termine de pasar la tarjeta. Cambiarlo todo para que no cambie nada. Heráclito y Parménides con cara de tontos. Ni todo está en constante movimiento, ni nada se mueve. O sea, se mueve, pero no se mueve (pobre Galileo).
Lo malo de todo este asunto es que, por un lado, corremos el riesgo de volvernos locos sufriendo cambios que no cambian nada, y por otro, que el exceso de novedad oculta las verdaderas novedades, que suelen ser simples, inadvertidas, casuales y/o desinteresadas.
Un ejemplo. Oigo en la tele que el ibuprofeno podría ser la medicina que cure el Alzheimer. Bien, una boutade más de las muchas que circulan por los medios, pero las grandes compañías farmacéuticas están torpedeando esta terapia y experimentan con novedosas y sofisticadas vacunas que ya han matado a un par de personas en Suiza.
Si no nos inundaran de información baladí, a lo mejor podríamos pensar.
Si pudiéramos bajarnos del carrusel, quizá podríamos sentarnos un rato a vomitar o ir a montarnos en otra atracción.
Si no estuviéramos todo el tiempo mirando un caleidoscopio, podríamos ver el cielo y las estrellas de verdad.

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