16.9.12

Más fines del mundo

Está claro que el mundo se acabará.  Dentro de no sé qué inconcebible cantidad de siglos alguien se levantará una mañana y dirá en una lengua que todavía no existe:
--Vaya calorcito que hace esta mañana.
Y es que el sol habrá crecido para convertirse en una gigante roja y en ese proceso incinerará la Tierra como si tal cosa.
Quizás antes hayamos salido del planeta, movidos por la curiosidad o por la falta de oxígeno, o de comida, o de pisos. Y alguna tarde de octubre las cucarachas verán partir la gran Arca de Noé con aire acondicionado e internet que nos llevará a Tierra 2.0, donde seguiremos arrastrando nuestras dudas y nuestros sueños.
No obstante, como ya comenté en otras ocasiones, no hace falta avanzar tanto en el tiempo para ver otro fin del mundo.  Muchos ya lo están anunciando y/o denunciando.  Se trata de los intelectuales melancólicos de los que habla Jordi Gracia en su "panfleto" (así lo califica el propio autor), que publicó en Anagrama en 2011.  Estoy terminándolo de leer en un "apocalíptico" libro electrónico, una máquina de la que abominan los grandes popes de la "Cultura", esos que piensan que antes todo era mejor, más culto, más auténtico, más humano, más intelectual y más civilizado.
Uno de los aspectos que más evidencian el fin del mundo para el intelectual melancólico es la tan traída y llevada decadencia de la educación, a lo que les responde Gracia:
"Por entonces los profesores eran buenos y sabios y altos y rubios y ahora sólo son carne del socialdemocracia rutinaria, lectores de la peor bazofia literaria del mercado, incapaces de imponer la autoridad, ni poca ni mucha, no como antes, que la autoridad daba gusto.  Hoy ni son rubios ni son altos ni son buenos ni son sabios y encima tienen en clase porcentajes a veces alucinantes de inmigrantes desconectados de casi todo en la sociedad en que crecen y a menudo tan desconectados que no entienden ni el idioma [...]
Quienes tenemos la fortuna de conocer a un buen puñado de profesores dispuestos a dedicar más horas que un reloj a mejorar la vida de esos chavales, sabemos en secreto que no son sólo incomprensible carne residual del pasado, sino insensatos vocacionales dispuestos a hacer bien su trabajo, a despertar el amor por el saber en chavales que no saben o a favorecer en quienes la sienten la curiosidad por averiguarse a sí mismos y sus vocaciones.  Claro que no y por supuesto que sí: antes, antes eran mejores, con sus sotanas, sus manías y sus cosas".
Ahí queda eso.  Un comprimido de autoestima que mañana, a pesar de los recortes de sueldos, el incremento de horas de trabajo y el desprecio de los intelectuales melancólicos, podamos entrar en las aulas de secundaria sin que nos tiemble la mano al coger la tiza.

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